23 agosto, 2010

Domingo perezoso


Ciudad mojada, cielo lluvioso. Domingo perezoso.

Cálida entre sabanas y mantas.

Oigo el repiqueo de las gotas, lágrimas celestiales en el ventanal.

Desde la cama las veo resbalar, solitarias unas, otras en su caminar se unen para llega al mismo final.

Pienso en el frio, la humedad, en el calor acumulado entre mi cuerpo semidesnudo y esos finos lienzos que lo cubren. Sabanas de seda, suaves, resbaladizas, me estremezco.

Quiero salir, ¡¡¡Uffff!!! Que pereza. Nadie me espera hay fuera, medito, gana la razón, decido despojarme, desabrigarme, alargo la mano. Esta muy cerca pero ¡qué lejos está! Agarro con timidez mi bata color verde esmeralda a juego con mi camisón de delicados bordados azabache.

Descalza, siempre descalza. Me gusta sentir el crujido del parquet bajo mis pies. Rápidamente me dirijo a la cocina, cafetera en mano, fuego encendido. Voy hacia el salón, activo el fuego que antes prendí.

Café humeante, dos de azúcar, cuchara pequeña.

Me acomodo en el sofá y dudo, caja tonta o hilo musical. Descarto la caja y decido dar placer a mis oídos, sonidos suaves que evocan otra época, otro país. Dejo vagar mi imaginación, olor embriagador a café recién hecho por toda la casa, mi perfume, mi esencia en mi choza, cobijo donde encuentro la serenidad necesaria en días como hoy.

Me dejo llevar, música francesa de principio del siglo pasado, melancólico, romántico,

bucólico. Época bohemia donde las haya. Pienso en el París de Toulouse Lautrec, en los cabarets, pienso en Baudelaire, en su libro “Las flores del mal”, embriaguez, desamor, corazones rotos y vueltos a pegar.

Detengo mis pensamientos y regreso a la realidad.

La lluvia golpea con más fuerza, llama mi atención, acercándome a la ventana diviso la calle desierta, la contemplo. Tan solo de vez en cuando, muy de vez en cuando algún transeúnte corre de balcón en balcón para refugiarse. Pierdo la noción del tiempo. Allí quieta, contemplativa, olvido París. Tomo consciencia del cansancio de mis pies. Durante no sé cuánto tiempo los he maltratado en la misma posición. Siento el no correr sanguíneo, siento hambre. Pienso desde cuando no he ingerido nada.

Leña al fuego y vuelvo al sofá. La sala ya no está tan caliente, yo sí. Siento rubor al ser consciente, un escalofrío recorre mi cuerpo.

Siempre doblada y con cariño en una esquina del sofá, suave y sugerente manta de “mohair”. Aquella que compré en aquel viaje, fue amor a primera vista, no me pude resistir, sus colores colapsaron mis sentidos. Se vino conmigo.

Envuelta en ella su olor, su calidez me transporta, miles de sensaciones, miles de recuerdos.

Miro a través del cristal, la lluvia llega a mí con más intensidad. Pienso en esas gotas que caen, las imagino resbalar por mi cara, por mi cuello, descansan en mi pecho para saltar a modo de trampolín desde mis senos y caen en mi ombligo, lo desbordan, siguen deslizándose, acariciando mi vientre para perderse en el cuidado y frondoso monte. Se detienen, desaceleran su caminar para saborear el recorrido, capturadas en la vegetación se unen, cúmulos mayores caen a peso y se funden en la humedad propia de mi sopor. Otras desvían su trayectoria por mis caderas, cosquilleo, suave vaivén, las menos siguen el curso inguinal para continuar la carrera por mis muslos.

Mis dedos siguen el recorrido de algunas de esas gotas. Mi boca se entreabre, humedecen mis labios sedientos.

Cuando todo mi cuerpo se estremece una y otra vez, oigo el sonido metálico de la cerradura, lla.ve que penetra, transgrede suavemente, gira y abre. La puerta se abre

Hay estoy sofocada, sorprendida.

Hay estas tu, “voyeur “, contemplativo, divisando toda la escena. En tu cara deseo, en tus movimientos sensualidad, en tus besos pasión.

*Escrito el 18/9/2010. Un mercado muy aburrido que dio para escribir mucho.









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