28 agosto, 2010

El secreto

Siempre ensimismada en mis ensoñaciones, siempre entre nubes, pies etéreos cabeza volátil.


Andando yo en esos lares que ni se sabe, descubrí un secreto.

El secreto más oculto del mundo material. La materia desaparece, no se regenera, no se transforma. La materia es bella en su juventud, sutil en la madurez y decreciente en la vejez. La materia tiene su fin. La materia, lo material aparece y desaparece, de la nada, en la nada. Tiene fecha de caducidad.

Cuando la materia inerte es habitada, cuando animamos lo inanimado otorgándole alma, el paso, el transcurso de la vida de lo material puede ser sustancialmente alterado. No en aspecto pero si en esencia.

Una arruga siempre será un surco marcando el paso del tiempo, un lienzo desteñido dará sentido a su propósito y al número de lavados, un agujero en la suela del zapato será testigo del largo camino.

¿Y cuál es el secreto?

La esencia, el habitante que habita la materia, el alma que hace más o menos profundo el surco dibujado en el rostro, el mismo que hace portar ese lienzo desteñido con mayor o menos elegancia, el motor del paseante, aquel que en su caminar deja huellas en el aire en cada lugar visitado.

Sin ella, las huellas marcadas a peso en el lodo no son más que insignias del viaje iniciado en el nacimiento, sabiéndose un principio, sabiéndose un fin, mas nunca con exactitud cual su desaparición. Nunca tenemos certeza del momento preciso en que el secreto de lo material iniciará su abandono, su huida y decidirá seguir su andadura, su evolución o culminación, volviéndose nuevamente materia inerte.

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