27 septiembre, 2010

El Café


En el Café


Después de meses, quizá ya un año, no sé realmente, desde cuando no traspasaba el umbral, de mi café preferido de Barcelona.

Durante algún tiempo lo adopte como mi segunda residencia, prácticamente vivía en él. Desayunaba, almorzaba, estudiaba, veía a mis amigos, hacía nuevas amistades,… conocí a nuevos y viejos amores,…

Siempre en las mismas mesas, las del fondo. Donde la humedad de los días lluviosos no llegaba, ni el fio del invierno, ni el calor del verano. Desde allí divisaba en su totalidad el amplio recinto, desde mi posición observaba a todas y cada una de las personas que por allí deambulaban, las que iban de paso, las que iban deprisa, los turistas, los lugareños y los que como yo nos veíamos con cierta frecuencia entre su clientela selecta, éramos una gran familia. Camareros, artistas de la farándula, mimos de la calle, busca vidas, los ancianos y ancianas con sed de ser escuchados, los vecinos, los trotamundos, los fotógrafos de revistas y galerías, los artistas plásticos noveles y consagrados, las bailarinas…. También, señoras y señores elegantemente ataviados a la espera de disfrutar expectantes su velada de opera en el gran Liceo.

Que grata mezcolanza, todos allí juntos pero o revueltos. A veces sí.

Ayer, no era el mismo café. Ha pasado tanto tiempo. En realidad, la calidad de ese tibio líquido que adoro de color oscuro, casi negro, es la misma. El mismo aroma, el mismo sabor y sus múltiples recuerdos.

Sus paredes teñidas de figuras alegóricas de otras épocas, sus pinturas renacentistas, sus espejos grabados al ácido en sintonía con las mismas, sus lámparas de araña y cristal imitación a Tiffanis, su aspecto decadente en contraste con su gran ventilador, diseño años 70.

De aspecto idéntico, siempre igual, su bohemia decadencia, en cada rincón, sus camareros uniformados al estilo de los años 40, su artesonado dorado en techos y paredes. Qué maravilla, un lugar así, en el siglo veintiuno.

Pero ya no estaba “Elvis”, frente a la tragaperras, alimentándola con esas monedas que los turistas le tiraban al platillo rojo que brillaba ante él. Ya no estaba Manolo, el camarero pluriempleado que por las noches era “LOLA”, y sus llantos por crisis sentimentales. De Pepe ni rastro, mi camarero preferido, el día que lo conocí creí ver al fantasma de Federico García Lorca, era una fotocopia. Nada de los pintores retratando a escondidas al personal, nada de los poetas reunidos,…

El aire que ayer respiré nada tenía que ver, con el que un día me enamoró de ese pequeño rincón de una ciudad grande y cosmopolita.

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