08 septiembre, 2010

Las vueltas que da la vida, 2



Las vueltas que da la vida. II


La mañana amaneció fresca. Le despertó el olor a café recién hecho. Las tostada humeantes sobre la mesa, mermelada de mora, artesana. Javier, el anfitrión de la casa, en realidad el refugio de montaña es de sus padres, ha sacado de la despensa familiar ese exquisito manjar que con tanto cariño preparan su madre y su abuela, inventora de la receta y cuño secreto solo transfieren de madres a hijas. La dama, de entre todos los olores y sabores de tan asombrosa golosina cree advertir su especie preferida, la canela. Chus, aun duerme a pesar de ser la 10:00 ya pasadas.

Los tres amigos aun en pijama, pues hay confianza para eso y para más, acaban el desayuno, repiten de café, ensimismados cada uno en sus propios pensamientos. Chus se despereza, hace acto de presencia cuando el resto de comensales vuelven a la realidad.

La cocina queda desierta, se visten para la ocasión, pues han decidido dar un largo y gratificante pasero durante la mañana, salir al monte, recoger setas, pues Javier aparte de ser un antropólogo que empieza a hacerse su hueco en ese mundillo, durante años y por hobby se dedicó a la micología. Con él es seguro y certero recolectar hongos sin miedo a intoxicaciones.

Los caballeros acabaron antes su acicalamiento, fumaron un pitillo mientras esperaban a su dama. Siempre tan friolera, tan previsora, tan coqueta. Mochila a la espalda, chaqueta de lana aunque no demasiado gruesa, tejanos y botas de montaña, calcetines recogiendo el bajo del pantalón.

¡¡¡Que drama!!! Si a algún bichito se le ocurre colarse, deslizarse por entre sus ropas y con sus patitas acaricia su suave piel.

Pasearon, buscaron y encontraron casi dos cestas de setas realmente bellas y variadas. Ya era la una del medio día. Decidieron regresar al refugio, coger el coche y acercarse al pueblo más cercano a tomar un vermut. La dama nunca había estado en aquella zona, Ezcaray le pareció precios, el murmullo del rio, sus terrazas, sus fachadas de piedra o encaladas con vigas de madera, su plaza del Quiosco. Cuanto ambiente en sus calles. Cuanto turismo aun siendo principios de septiembre.

Tomaron el aperitivo, conversaron sobre las ventajas de vivir en un lugar idílico como aquel, o las ofertas y servicios de una gran ciudad como Madrid o Barcelona. Los caballeros sin duda alguna prefirieron un lugar sencillo, humilde en el que pasar sus días, la dama, cree no saber vivir sin estar cerca de una gran urbe, aunque su sueño ideal ha sido siempre poder escapar a su antojo, a una pequeña casa situada en el borde de una colina, un acantilado, teniendo a sus pies el mar y sus espaldas la montaña. Abrir los ojos y ver amanecer sobre el mar desde la cama. Desayunar teniendo como telón de fondo el verde frondoso de la montaña y sentirse fundir en él.

Antes de regresar compraron vino blanco, pues Dani es un estupendo “Chef”, esta dispuesto a deleitar al grupo con un estupendo “Rissotto al funggi”. El almuerzo transcurre tranquilo, amigable, conciliador. Ellos duermen mientras ella lee.

Mientras lee, decide compensar a sus amigos, a buen seguro la siestas les dará hambre. Aunque no sabe muy bien donde se encuentra todo decide hacer un bizcocho de chocolate.

Prepara café, deja enfriar el biscocho en la ventana abierta, pues ya empieza a refrescar, tan solo son las 18:45.

Vuelve a la lectura mientras Javier, Dani y Chus van haciendo sus respectivos debuts.

Risas y más risas, entre historias de años pasados y anécdotas de tiempos añejos.

Por toda cena unas tortillas acompañadas de un buen vino, eso sí, que no falte.

Continúan la velada con unas partidas de póker, unas copas, algunas trampas y faroles.

Ya todos duermen y en el silencio de la noche derramo un pedacito de mis extraordinarias y sorprendentes vacaciones.

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